Nuestro idilio duró lo que se tarda
en recopilar las etiquetas de cerveza necesarias para entrar en el sorteo de improbable premio que debería llevarme a un concierto de los Massive Attack.
Juego con ventaja: en una discoteca a las 4 de la mañana hay muchas botellas
abandonadas de labios de sus propietarios en un descuido imprudente o
concienzudo cuando se intentan alcanzar otras bocas menos hieráticas, menos vidriosas,
más comestibles.
Lo mismo que tu boca alcanzaba la
comisura de la mía en castos arrebatos y tu mano asía la mía demorándose más de
la cuenta, más de lo que tu estado civil te permitía.
La euforia de pasear cuando el
cielo ya rasgaba su intensidad nocturna por aquellas plazas medievales todavía
iluminadas por luces amarillas que pueden dejar de alumbrar en cualquier
momento, dio lugar al cansancio de saber que tu alianza no sólo te ligaba a una
mujer si no, aunque de eso me enterara más tarde, también a una niña.
Por eso te dejé arrancarme dos
besos furtivos en la boca delante de mi portal y di por finiquitado un romance que
aconteció con nocturnidad y alevosía y se disipó cuando detrás de mí la puerta
entendió que sólo podía cerrarse.